Sigo hablando de ti en presente, porque a veces olvido que no estás. También te pienso en presente, y es que me han dicho que tenga fuerza para ver a la muerte de frente y sonreírle de vuelta, como si no lo estuviera haciendo. Y aquí estoy, y aquí estamos, mostrando nuestra mejor cara, recordándote con cariño.
No creo que el querer se supere, se supera quizás la forma que toma para aceptarlo siempre como el más puro sentimiento, para vivirlo como el mejor de los regalos. Yo te quise, y te quiero, y no quiero que deje de ser así, así que me permito tenerte conmigo.
No tengo la intención de despedirme, prefiero más bien celebrar tu vida teniendo en cuenta siempre lo que me enseñaste entre cafés, ironías, lágrimas y libros. Compartimos el amor al arte, y la admiración por las palabras, pero tú compartiste conmigo algo invaluable: la sabiduría cultivada en tu camino recorrido. Casi siempre bromeabas, y tu sentido del humor era de esos inteligentes, agudos, de los que me gustan. Pero muchas veces, también, me diste el consejo que necesitaba de un buen amigo, unas tantas otras los que necesité más de un padre, un profesor de vida. Te lo agradezco.
Francamente, Gustavo, yo nunca había tenido que pelarle los dientes a la muerte con semejante dificultad, porque ella aún no me lo había exigido. Llegó para sorprenderme con su arrebatón, y me hirió profundamente. Aún así, por mí, por ti, por ellas: sonrío.
Yo sigo hablándote en presente, preguntándote qué hacer de aquí en adelante porque tu ausencia no estaba en los planes. Tú te burlas, y me dices que no sea cursi, pero te pones dulce y me dices que esté tranquila, que las acompañe, porque un "te quiero" sentido es suficiente.
Memorias hay miles, repetirlas sería redundante. Sin duda es bonito recordar, pero me quedo con el presente, querido amigo, porque aunque digan lo contrario, sí estás.